viernes, 11 de febrero de 2022

La Naranja Mecánica - 1971 - Stanley Kubrick

El año pasado cumplió 50 años este clásico de Kubrick.

Nos cuenta una historia ambientada en un futuro sin especificar, aparentemente cercano, sin ciencia ficción; en un mundo parecido al nuestro en general, con pequeños matices. Más que un mundo futuro, diría, es un mundo "futurista", con las modas y la decoración llevadas al extremo, pero por lo demás no notaríamos mucho la diferencia con nuestro día a día.

La huella que ha dejado esta película es enorme, en cincuenta años se ha ramificado hasta cubrir el cine actual, no es un estilo, ni mucho menos un género, es una forma de mostrar las cosas. Existe una huella estética que marca El Dormilón de Woody Allen y las fantasías de Terry Gilliam, y que llega destilada hasta Los Juegos del Hambre, y tantas otras; pero también marca un estilo para las distopías de los 70, como El Último Hombre o Soylent Green. Más allá de la estética, dejó abierta la puerta al cine ultraviolento de nuestros días, en concreto las distintas personificaciones de El Joker, cómico o dramático, puede ser visto como un nuevo Alex Delarge. En definitiva, por no extenderse hasta el infinito, ¿Cómo no reconocer a los "droogs" en los idiotas ultraviolentos de "El Pacificador"?

¿Y por qué esta huella? Desde mi punto de vista, porque fue una visión acertada del camino que la sociedad en general y la narración en particular empezaba a seguir. La falta de orden, la idea de que las leyes son para que las cumplan los tontos, en todas las esferas de la vida, desde el político que la hace según le convenga hasta el matón que campa por sus respetos en callejones solitarios, se ha abierto paso como parte de la ideología dominante; podemos, quizás, concentrarla en un viejo consejo: "si te están atacando, grita ¡Fuego! para que se acerquen curiosos". La violencia grupal, sea para apoyar otros delitos, para el desahogo de los "guerreros de fin de semana", o para la vejación sexual no nos resulta extraña, está a la orden del día.


En una sociedad que se nos muestra como decadente en general, aunque muy polarizada socialmente, con una clase alta que no parece decaer en absoluto, crece un personaje muy bien adaptado: joven, atractivo, valiente y fuerte, quien, junto con su grupo de amigos y cómplices, disfruta una existencia hedonista; dedicada a extraer de cada momento la mayor satisfacción  mediante la violencia, su gran afición; el sexo; o la música, especialmente la de Beethoven. Mientras tanto ganan algo de dinerillo, porque no son tontos, y saben "monetizar" sus habilidades.

La ultraviolencia

La violencia, la "vieja ultraviolencia" a la que se refiere siempre el protagonista-narrador, está presente en prácticamente todos los personajes, a lo largo de toda la cinta. Sin embargo la mayor parte de ellos tienen un motivo concreto para desear hacer daño a los demás, o al menos una excusa. En el caso de Alex y sus secuaces, el motivo es más general: la diversión.

Hay un enfrentamiento ontológico entre Alex, que deja lisiado a un escritor bienintencionado, viola y provoca la muerte de su mujer, sólo por pasar un buen rato; y la violencia posterior de ese mismo escritor, violencia que disfruta con un paroxismo que nos resulta monstruoso. Alex pega, raja y viola con alegría, con la misma simpatía con la que hace todo, es un espectáculo en sí mismo; realmente es la reencarnación del adorable Gene Kelly. Sin embargo, el vengativo escritor, puede que justo, es puro Mr. Scrooge, es Uriah Heep: el rostro desencajado, grita en solitario y dan ganas de pedir que le inyecten un tranquilizante.

Una comparación parecida puede hacerse con la violencia burocrática de la cárcel, o la científica del tratamiento con el que intentan curarle. La frialdad médico-industrial, la precisión de la tortura y la minuciosidad de los artilugios y tratamientos, el afán de sanear y reconstruir el interior de una persona, a la que posteriormente se suma la teatral demostración de que todo es mentira, de que los preocupados sanadores ocultan una lascivia por la crueldad tan grande o mayor que la del enfermo, todo ello es un frenético combate de boxeo entre distintas violencias: la violencia hedonista del sádico, la violencia justiciera de las víctimas, la violencia mecánica, pero funcionarial, y por eso mismo personal, del sistema.

La sociedad

La sociedad que nos describe la película es una sociedad parecida a la nuestra, aunque con cierta sensación de que las diferencias económicas están acentuadas. El portal del protagonista, como los paisajes urbanos, dan cierta sensación de decadencia, la propia impunidad para el delito deja entrever que hay algo que no funciona bien en todo aquello.

Dentro de la sociedad, y de esta historia, está la política. Un ministro se encarga de elegir a Alex como cobaya para un tratamiento de curación de la violencia, él a su vez es voluntario, porque el tratamiento le ayudará a salir de la cárcel en dos semanas, en lugar de cumplir su larga sentencia. La sociedad es una democracia, como se nota por la presencia de una prensa y una oposición, y un cierto interés continuo en "quedar bien", por parte del ministro. Pero, como sucede hasta en las democracias más perfeccionadas, hay trampas, atajos, y sobre todo propaganda. Como también ocurre seguramente a menudo, el ministro tiene decisión total sobre todos los temas, y acceso garantizado a la cárcel, al hospital, y a donde necesite entrar para cumplir sus propósitos. También suele suceder incluso en los sistemas más establecidos, incluidas las democracias, que tienen enemigos y corren cierto riesgo. No es sólo que pueda degenerar, o perder "calidad democrática", que dirían algunos, también se corre el riesgo de su derogación total como sistema, nos da la pista una frase aparentemente casual del ministro: "pronto necesitaremos sitio en la cárcel para los presos políticos".

En definitiva Alex es un monstruo, que mata, viola y toma lo que quiere en el momento en que lo desea, pero, pese a ello, por su simpatía y atractivo en general, es adecuado para que según intereses de otros se le vayan asignando distintos papeles públicos: sociópata, arrepentido, víctima y mártir. Tras éste último papel se vislumbra, quizás, el de ministro.

La estética

Se ha hablado mucho de lo cuidadoso de la estética en esta película, y es cierto. Todo parece milimétricamente medido: las decoraciones, el vestuario, incluso las conversaciones y las escenas de acción. La peleas son bailes, las conversaciones están deformadas para dar una impresión de falta de instrucción, de catetismo de barrio, pero el tono y lo rotundo de las expresiones, la repetición mántrica de tantas palabras: "Rigth, right, right? Right, right, right.", las continuas rimas sin verso, la entonación, todo conforma una música popular pintada contra un fondo de Beethoven, que lo cubre todo. Repasando los diálogos para escribir esta entrada, veo cada vez con más claridad que son auténticos poemas, poemas ñoños en la forma, infantiles como los protagonistas que los inventan sin querer, pero para mí de una musicalidad excepcional.

Pues así todo, de la misma manera se forman ritmos con la ropa, con las grandes ambientaciones de hormigón, como el túnel y la cárcel, y los modernistas apartamentos y el teatro abandonado. Parece imposible que esos ambientes estén construidos por los protagonistas, más bien serían la herencia de un mundo ya pasado, casi parecen ser los decorados en los que se mueven quienes construyen a los hombres que pasan por allí.

Significado

Parece que un significado que le gustaba a Kubrick es el psicológico, referido al libre albedrío. Se partiría de un hombre natural, se pasaría por el filtro de la domesticación, para luego volver a lo salvaje, o quizás a algo intermedio. Puede que sea cierto, pero para mí desvirtuaría la película, convirtiéndola en una tontería, porque ni el hombre natural utiliza la violencia como diversión, ni el hombre civilizado es un trozo de carne sin voluntad, ni ninguno de los dos casos sería más que una caricatura, y convertiría la película en un chiste mal contado. Creo que por parte del autor de la novela hay una lectura contraria a esta anterior, que explica el título: un hombre que sólo fuera capaz de hacer el bien o el mal, no sería un ser humano, sino una naranja mecánica, algo que parece vivo y jugoso, pero que es sólo un mecanismo muerto. Esa posición, aunque resulta idealista en su planteamiento, al menos incluye de alguna manera una negación de ese mismo idealismo "sobre la marcha", como si dijéramos: existe un bien y un mal, pero no se dan en la realidad (al menos no hipostasiados en un individuo).

En este sentido, la película transmite muchos mensajes contradictorios, de lo cual se podría sacar la conclusión, precisamente, de que no pretende mandar ningún mensaje ético, lo cual tiene su lógica, porque ¿Quién dice que una película tiene que enviar un mensaje ético?

En la primera parte el protagonista es ser demoniaco para todos los que encuentra a su paso, y le va bien; mientras que en la segunda parte el gran agresor, el violento hedonista, se lleva su castigo y sufre. Cada una de sus víctimas se le vuelve a aparecer, como los fantasmas de Dickens, y le devuelve multiplicado el daño recibido: sus padres el daño moral, el mendigo la paliza, sus amigos el desprecio y los golpes, el escritor la vida. Pero la lección que se podría sacar de esta redención viene al menos con dos trampas: la primera, que sólo llega, y sólo puede llegar con el pacifismo impuesto al protagonista, no por convicción; la segunda, que al "curarse de la cura" llega el momento de la restitución, y la promesa de que todas las cosas de las que disfrutaba le serán devueltas, unidas a su integración en una sociedad superior.

Queda seguro mucho por tratar: Malcom McDowell, la petición de Kubrick de retirar la película de los cines ingleses, la polémica política, etc. Así que animo a cualquier lector que haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí, a que bucee un poco por la enorme cantidad de publicaciones que la peli ha generado desde su estreno.

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