domingo, 22 de mayo de 2016

Dublineses - 1914 - James Joyce

Dublineses es un libro bastante conocido de Joyce, puede que el mejor para lectores no aficionados al autor, que puedan encontrar pesada su obra principal. En él se reúnen quince relatos, todos ellos ubicados en Dublín (¡sorpresa!).

Son relatos familiares, o de reunión de amigos, de cosas pequeñas, diríamos; no hay nacimientos, ni apenas muertes, no  hay violencia ni, aparentemente, catástrofes, o al menos no son ruidosas. Tampoco se vuelve atrás para contarnos la historia de los personajes, sólo sabemos lo que necesitamos para entender lo que está pasando en la escena que le interesa a Joyce, pero son escenas tan representativas, aunque cotidianas, que parece que podríamos recontruir lo importante de su vida con lo que nos dejan entrever.

También son relatos tristes, incluso en los más alegres parece que se nos oculta alguna sombra, a veces se desvela más adelante, y otras simplemente queda en el aire un ambiente de sospecha, intuimos que algo malo está pasando y no se nos quiere contar.

Se da mucha importancia a lo que comen los personajes y donde lo hacen, así como su relación con la bebida y con la nación. La nación y el nacionalismo están muy presentes, no como reivindicación o como polémica, sino como parte del paisaje: nos dicen que un personaje es nacionalista, o en una conversación se comenta que alguién ausente es un buen orangista, detalles que a menudo no parecen estar relacionados con lo que pasa, pero es difícil saber qué connotaciones tiene para un irlandés de principios del siglo XX el militar o no en el nacionalismo. Por lo pronto Joyce nos lo presenta como una circunstancia más, igual que ser alto o bajo, tener dinero o carecer de él, hay que esperar que el personaje se ponga en movimiento para conocerle, más allá de etiquetas.

La viñeta siguiente es de un comic sobre la vida de Joyce de Alfonso Zapico, titulado "Dublinés", representa muy bien la sensación que puede uno tener al enfrentarse por primera vez a Joyce. Hay que recordar que para Joyce el único propósito del arte debe ser el goce estético: ni convencer, ni enseñar, ni, por supuesto, vender, sólo estética, por eso encaja hasta cierto punto mal en nuestro mundo de cultura habitual, donde mucho es mercadería, ideología (o simplemente tontería).

Son cuentos de una enorme zona gris familiar y social, cuentos de mezquindad, de espectativas no cumplidas, de mitos del siglo XX, y XXI que no se cumplen ni individual ni socialmente y nos llenan de una frustración pequeña y fea, que nos empequeñece y afea en todo.