miércoles, 4 de mayo de 2022

Hipias Menor, o de la mentira - Platón

Se trata de un diálogo aparentemente más dogmático que otros diálogos de juventud, aunque finalmente también puede considerarse que concluye con un reconocimiento de los límites del dogmatismo, incluso de la razón. Digo que es aparentemente más dogmático porque Sócrates no investiga como en otros diálogos, sino que tiene la conclusión desde el principio, y trata de convencer de ella a Hipias, o intenta que llegue a la misma conclusión que él por el mismo camino.

El sofista y matemático Hipias de Elis, que a lo largo del diálogo indica que su "memoria artificial" es de lo que está más orgulloso, acaba de dar una conferencia sobre los héroes griegos Aquiles y Ulises. El joven Eudico interpela a Sócrates, quien no parece haber admirado mucho el discurso, y le anima a que exponga sus dudas al sofista. Hipias, que es bastante presumido, cualidad de la que Sócrates se burla con grandes halagos, se muestra dispuesto a contestar.

Como ya comentamos en el Hipias Mayor, el sofista tiene mucha confianza en sí mismo, es rico y famoso, y las indagaciones de Sócrates son más una molestia para él que otra cosa.

Se inicia la diputa porque Hipias había dicho que Ulises era el más astuto de los griegos, y Sócrates le corrige, indicando que Aquiles también miente, aunque sin darse cuenta. Éste es el meollo de la cuestión: ¿Es mejor quien miente sin saberlo o quien miente sabiendo que lo que dice no es verdad? Para sorpresa del sofista, e incluso en cierta forma del propio filósofo, Sócrates defiende que es mejor el hombre que miente que el que se equivoca.

El ignorante miente y dice la verdad sin saberlo. Quien tiene el conocimiento es quien puede saber si lo que dice es cierto, por lo que el mentiroso y el veraz son la misma persona, de alguna manera el que se equivoca ni miente ni dice la verdad. Se podría relacionar con la idea de "acción" de Aristóteles, para la verdadera acción hace falta pensamiento, un objetivo, para la verdadera mentira hace falta conocimiento.

La conclusión es muy contraria al sentido común, por lo que Sócrates indica que a veces opina una cosa y a veces la contraria, que quien miente a a propósito es mejor, y a veces que es peor. Hipias le acusa de embrollar el asunto.

La argumentación se realiza mediante ejemplos como: ¿Es mejor el arquero que voluntariamente falla, o el que falla sin querer? A lo que se podría añadir, y esta es quizás la parte del argumento, un tanto miope, que le falta a Platón: "depende hacia dónde apunte".

Todos los ejemplos aducidos por Sócrates le valen a Hipias, con todos está de acuerdo, pero no pasa lo mismo con la decisión a la que se llega: es mejor el alma de quien obra mal voluntariamente. Esto el sofista no lo puede aceptar.

Quizás lo que falta en la discusión, en la misma línea en la que hablaba antes, es el otro, el enfrentamiento solapado que se da en el diálogo entre una virtud individual, el conocimiento, y una virtud social, la sinceridad. Porque la sinceridad siempre apunta hacia la persona a la que se habla, no hacia el hablante. Como caso límite tenemos esos momentos en los que nos mentimos a nosotros mismos. El análisis de Platón nos dice que es mejor hombre el que miente a sabiendas, porque su conocimiento es mayor, pero quizás nos esté hablando de un mejor hombre que sea peor amigo, peor vecino, peor pareja, etc. O sea, de una mejor estatua, o de un mejor ermitaño. O quizás esté hablándonos de la ubicuidad de la mentira, de la presencia continua de la misma en todo lo que se refiere a la humanidad, de lo inevitable de la mentira.

Llegamos a la conclusión apabullante: 

-"Luego el que falta y comete voluntariamente acciones vergonzosas e injustas, mi querido Hipias, si es cierto que hay hombres de esta condición, no puede ser otro que el hombre de bien"

- "No puedo concederte eso"- contesta Hipias.

- "Ni yo puedo concedérmelo a mí mismo" - acaba Sócrates.

Así pues, como decía al principio de este comentario, Platón desconfía de sus argumentos, ha llevado hasta el final su método, pero no puede aceptar el resultado que le da, ni negarlo sin negarse a sí mismo. Es un resultado dogmático, que además casi se nos ha presentado como un axioma, de un punto de partida que no se ha buscado, aunque luego se haya argumentado.

Quizás el hombre para ser verdaderamente bueno necesita poder elegir, sólo que entonces, cuando elige mal, ya no podremos decir que en ese momento es un hombre bueno. Algo que por otra parte encaja bien con otros diálogos de Platón, en los que el sabio elegirá bien. Se podría decir que el hombre es mejor cuando elige el bien a sabiendas, pero peor cuando elige el mal a sabiendas. Porque en el momento en que elige el mal, se rompe la dualidad entre alma buena y alma mala, considerando, como en el Protágoras, que del bien y del mal se sale, que llegar al bien es fácil, pero permanecer imposible.

En mi opinión las personas nunca actuamos contra nuestra propia moral, lo que hacemos en todo caso es engañarnos en el enfrentamiento entre lo individual y lo social.