domingo, 13 de febrero de 2022

Eutifrón o de la Piedad - Platón

Encontramos a Sócrates en un momento crucial: acude al tribunal debido a las acusaciones de corromper a la juventud e introducir novedades en la religión del Estado (para que no mitifiquemos demasiado la democracia ateniense).

Allí se encuentra con el adivino Eutifrón, que va a presentar una acusación de asesinato contra su propio padre por un suceso digno de una peli de Tarantino: uno de los colonos de su padre mató a golpes a uno de sus esclavos, al enterarse, como jefe y propietario, lo encadenó y lo tiró a un pozo, donde debía permanecer mientras enviaba a consultar a los magistrados qué debía hacer con él. Con la respiración dificultada por las cadenas, sin agua ni alimento, el colono murió.

Así pues, tenemos a la puerta de los juzgados a un filósofo como acusado de crímenes religiosos, y a un especialista en religión ateniense, un adivino, como acusador. Es importante este punto, porque la búsqueda de Sócrates se centra principalmente en aquellos que creen saber, pero no saben. Ambos, que se conocen y se tratan con afabilidad, se cuentan respectivamente su caso, y hay que decir que Eutifrón se pone inmediatamente y por entero de parte de Sócrates; no sólo deja claro que le parece imposible que Sócrates haya acudido al tribunal a acusar a otro, sino que considera que quien le acusa: "...atacándote a ti me parece que ataca a su patria en lo que tiene de más sagrado".

Sin embargo, la actitud de Sócrates es la contraria. Desde el principio se nota que le chirría esta acusación contra un padre por el ataque realizado contra un desconocido, que además a su vez había tenido una conducta tan odiosa como matar de una paliza a un esclavo. De manera que decide interrogar al adivino, para profundizar en los motivos que le llevan a tomar esta decisión.

La conversación pasa por lo honesto y deshonesto, lo justo y lo injusto, y su relación con los dioses. El adivino se mete en terreno pantanoso, porque en la religión griega es difícil encontrar algo que "agrade a los dioses", son demasiados en número, así como contradictorios en sus "biografías", en sus actos y opiniones. Además, una vez que se pasa de la conducta general a la puramente piadosa: los sacrificios y las oraciones, descubrimos que los humanos pueden depender del favor de los dioses, pero ellos no dependen en absoluto de los sacrificios de los humanos.

El punto para mí más interesante del diálogo es la duda sobre si la santidad es algo que agrada a los
dioses por propia naturaleza, o si es santo precisamente porque les agrada a los dioses. He aquí una pregunta capaz de remover una religión, no sé si la griega, pero sí las monoteístas. Si la santidad es buena en sí misma, entonces tendríamos una moral superior a Dios, en cuanto a que es algo que Dios mismo tendría que considerar bueno, le guste o no. En caso contrario, si algo es bueno porque le gusta a Dios, estaríamos en un caso parecido, en el cual el Dios monoteísta habría creado cosas santas y otras que no,y nos las habría ofrecido en un juego macabro. La solución, me da la impresión, es hacer el bien una parte de la esencia divina, de esta manera, quizás un atajo, se cortaría el nudo gordiano de la contradicción (todo lo bueno sería Dios). El diálogo no llega a conclusiones, pero es un tema sobre el bien y el mal siempre interesante para reflexionar.

Hoy en día es fácil buscar ejemplos de piedad al estilo de Eutifrón, de fundamentalismo. En las religiones de hoy: la cultura, el pueblo, ¡tantas!b siempre encontraremos multitud de "eutifrones" dispuestos a llevarse todo por delante (especialmente a sus padres), buscando el agrado de un Dios en cuyo culto se consideran expertos.

Esperemos que algún día, como le pasa a Eutifrón, huyan avergonzados, y de paso dejen en paz a sus padres y a los demás.

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