lunes, 8 de diciembre de 2014

Robocop - 1987 - Paul Verhoeven

Primera versión, muy ochentera, de la historia en la que Murphy pasa de policía hecho de carne a híbrido de terminator y persona.

Está contada de manera bastante salvaje; prácticamente todos los personajes son unos dementes, excepto el propio Murphy y su compañera. Los demás, principalmente ejecutivos, delincuentes y ejecutivos-delincuentes, viven completamente fuera del mundo de la normalidad.

Pero, ¿es el mundo normal? Según transcurre la película se van abriendo pequeñas ventanas al futuro Detroit en el que los mafiosos campan por sus respetos. Matones que no por casualidad, supongo, ponen la nota de color racial, porque las personas a quienes hemos de tener miedo, al menos los secuaces, son la excepción al mundo ario de los protagonistas. ¿Se puede hablar de racismo? Pues claro, si bien uno sutil y de contexto.

Otras ventanas, que nos explican como ha cambiado el mundo, o como sigue sigue igual, son las noticias por televisión: "...el sistema de defensa pacífica se ha averiado, lanzando rayos sobre Santa Bárbara, provocando la muerte de cientos de personas, entre ellas tres expresidentes de los Estados Unidos...". Esta ironía le da cierto carácter político a la película, que, como ocurre a menudo, es profundamente conservadora, pero superficialmente demócrata (en el sentido americano de la palabra, de centro izquierda, o como se quiera llamar).

La historia es conocida: el agente Murphy es dado por muerto por quienes intentan asesinarle, pero una empresa de biotecnología lo recupera, al menos en parte, para convertirlo en una máquina defensora de la ley. Los constructores de Robocop creen también ellos haber matado a Murphy, pero él es cabezota y siempre vuelve.

Al encontrarse con sus asesinos Murphy vuelve en sí, recupera su personalidad y pasa de robot a héroe humano con brillante armadura.

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