Última de las adaptaciones al cine de novelas de Dan Brawn, en la que un profesor muy listo hace comentarios superficiales sobre importantes obras de arte italianas y sus autores. En esta ocasión se trata de la Divina Comedia y sus ilustraciones, que sufren con entereza la divulgación Brawniana, y un poco en general Florencia y Venecia, que le pillan de paso.
El malo de la película les ha quedado un poco a lo James Bond, ya que se trata de un rico megalómano que construye un dispositivo para diezmar la humanidad, y se sitúa por lo tanto lejos de las conspiraciones religiosas de los dos episodios anteriores.
Reconozco que no he leído la novela, porque en su momento ya lo hice con El Código Da Vinci y tuve suficiente Dan Brawn para toda la vida. Pero el malo del que hablaba resulta interesante por ser un terrorista ecológico. Él y sus secuaces son trasuntos casi perfectos de terroristas islámicos, trabajando en plan altruista y dispuestos a dar la vida para acabar con el parásito humano que consume el planeta. A su terrorismo, por lo tanto, se puede sumar un acierto en el diagnóstico del problema: los humanos somos demasiado numerosos para el mundo.
Aunque he leído alguna crítica bastante negativa, a mí me ha parecido la mejor de la serie, aunque intenta basar buena parte de su interés en sorpresas que no parecen importar al espectador, y en el carisma del personaje, que no deja de ser un Indiana Jones sin gracia, que en lugar de sus habituales escenarios exóticos, que en lugar de simpático es un poco pedante y en lugar de un Harrison Ford que se confunde con el personaje, lo representa un Tom Hanks que parece no saber muy bien lo que hace en la peli, excepto cobrar y mantenerse en el negocio.
En mi opinión toda la serie se deja ver, siempre que se mantengan las expectativas en el ámbito del más sencillo entretenimiento, obviando las pretensiones culturetas del autor.
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