Un nuevo Macbeth que nos trae en este caso Joel Coen.
Tiene muchas cosas buenas, y desde mi punto de vista también algunas regulares. En las buenas está el propio Denzel Washington, que se adapta muy bien al personaje, y lo que quizás pudiera parecer más difícil, también adapta muy bien el personaje a su modo de hablar y actuar, sin tener miedo al clásico, pero con respeto. Quizás sea la propia adaptación la que no sea muy generosa con él, porque recorta escenas como la de la cena, y además las simplifica, lo cual es una apuesta arriesgada, porque es clave en la historia, y en el desenvolvimiento del personaje. En general es un Macbeth bastante físico, y eso me gusta. De hecho, quizás esto sea pecado, me ha gustado mucho algo que tiene poco que ver con Shakespeare y bastante, supongo, con el director, la anteúltima pelea del protagonista; si se hubiera atrevido a construir un Macbeth así hubiera resultado una versión memorable.
En el mismo sentido puede hablarse de Ross, curiosamente el mismo personaje que utiliza Polansky para darle una vuelta a su versión. El juego de Polansky consistió en convertir a Ross en el malo de la película, en este caso es casi al contrario: es uno de los instrumentos de las brujas para llevar a cabo sus designios, convirtiéndoles al final, a ellas y a él, en un personaje casi bondadoso. Sinceramente son estos juegos los que a mí me gusta buscar ante una nueva versión de Shakespeare, y para mí acierta al plantearlos, aunque se resuelvan unos mejor que otros.
En conclusión, no creo que sea una versión que pase a la historia, ni falta que le hace, pero sí que es una versión que merece la pena, y que, como tantas otras, y como repito siempre: da mucha envidia, comparando el cariño que los anglosajones tienen a sus clásicos, y el olvido al que aquí parecen condenados los nuestros.
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