Una vez en la ciudad, se pasa por la palestra de Tauras, como quien dice el gimnasio, o la sauna, sin otra intención que ver quién anda por ahí, reencontrarse con viejos amigos y demás, pasando un poco de largo. Sin embargo, su amigo Querefón, "tan loco como siempre", quien además está en el origen de la búsqueda socrática de la sabiduría, tal y como cuenta Platón en la Apología, sale a por él y le lleva junto con el grupo con el que está hablando, en él se encuentra también Critias, otro amigo del filósofo.
Tras un rato dedicado a contar lo que ha sucedido en la batalla, enseguida Sócrates pregunta por "los jóvenes", y si hay alguno que destaque en sabiduría o belleza. Sin duda, contestan, hay uno que supera a los demás en ambos aspectos, un primo de Critias de nombre Cármides, que según hablan entra también en la palestra, y es quien da nombre a este diálogo.
Previamente Sócrates había reconocido que no era la persona más adecuada para juzgar la belleza de los
jóvenes, dado que todos le parecen hermosos cuando están en esa edad, lo cual no quita que al ver al tal Cármides los ojos le hagan chirivitas, y cuando se sienta a su lado pierde hasta el habla, además se pone algo cachondo cuando "mira entre los pliegues de su túnica". Hoy sería un viejo verde, pero la sexualidad y las relaciones han cambiado mucho desde aquellos, tiempos, cuando era una conducta habitual que los señores de cierta edad cortejaran adolescentes. Añado que este diálogo parece más personal que otros, porque Sócrates habla no sólo como parte del diálogo, sino también como narrador en esta introducción, para así poder exponer lo que formaba parte de sus pensamientos, pero no podía expresar en ese mismo momento. Diría que Sócrates está especialmente orgulloso de la "machada" de ligarse al jovencito de moda en Atenas (aunque, recordemos, ésto nos lo cuenta un joven Platón, no directamente Sócrates).
El diálogo empieza al preguntarle Cármides a Sócrates si él conoce algún remedio para el dolor de cabeza, a lo cual éste responde que sí, que unas hierbas, pero que hay que tomarlas con ciertas palabras, con buenos discursos que curen el alma, porque aprendió de un médico tracio que: "Zamolxis, nuestro rey, y por añadidura un dios, pretende que no debe emprenderse la cura de los ojos si la cabeza, ni de la cabeza sin el cuerpo, tampoco la del cuerpo sin el alma". Así que la cura para el dolor de cabeza es curar el alma, para ello, curiosamente, Sócrates le pide al hermoso Cármides que le entregue el alma.
Para empezar hay que decidir si Cármides es sabio, y para ello lo primero es definir correctamente la sabiduría. El joven empieza con definiciones prácticas: la sabiduría es la mesura, es el pudor, o acaso hacer lo que a uno le es propio. Tras leer el Alcibíades uno diría que no va muy desencaminado, siguiendo las propias ideas de Sócrates, pero el filósofo quiere conquistarle, no darle la razón, y se niega a reconocer lo que de bueno tengan las respuestas, se las quita de en medio con florituras y sofismas.
Pasa la discusión a Critias, más mayor y mejor formado, viejo amigo de Sócrates, y poco menos que le cita el Alcibíades, hablándole incluso del "conócete a ti mismo" de Delfos, pero tampoco vale, el filósofo está para deslumbrar y no admite competidores.
A partir de este momento llegamos al núcleo valioso del diálogo; se aleja un poco Sócrates del tema de la virtud y por ello quizás tenga más sentido leer el Cármides como un relato gnoseológico (si consideramos otros respecto a la sabiduría y la virtud diálogos éticos), nos explica su idea de lo que son las ciencias, y en qué se diferencian de la sabiduría. Incluye ideas valiosas, como que las ciencias son varias, y cada una se dedica a lo suyo, idea que hoy resulta aplastada por la mentalidad reinante respecto a la ciencia, que ya era muy oscura y confusa, y ahora esta oscuridad y confusión se han visto multiplicadas por el COVID y el uso que se ha dado al término como fuente de derecho, en un bucle que todavía no ha terminado. Si las ciencias son así, diríamos, categoriales, no se puede hablar de una ciencia de la ciencia, que no se ocuparía de nada, que no existe, y aunque concediéramos que pudiera existir, no valdría para nada. Por lo tanto, si la sabiduría existe y sirve para algo, no podrá ser la ciencia del saber en general, porque lo que caracteriza a la ciencia, no es el saber, el ser ciencia, sino sus conocimientos particulares.
Finalmente Sócrates renuncia, al menos de momento, a averiguar lo que es la sabiduría, pero acepta encantado que Critias y Cármides se ofrezcan a él para que les enseñe, o al menos les acompañe en la búsqueda. El final del diálogo es la rendición de los amados, deslumbrados, que obligan "violentamente" al amante a aceptarlos.
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