Un día se despertó el líder Mas, el rey Artur, como suele llamarle Carlos Alsina en Más de Uno, y descubrió que Cataluña estaba oprimida por España y que necesitaba urgentemente ser liberada, si es posible bajo su mandato, y con un 3% de comisión por las molestias.
Esta revelación personal transmitida directamente de la boca de la diosa Estelada a la oreja del rey Artur ha catalizado el nacionalismo catalán, sacando a la luz una verdad cada día más evidente: tras 30 años de negociaciones y concesiones a la autonomía, llega un momento en que queda poco más que decidir: "Independencia sí, independencia no".
La primera falacia política que se carga en España está relacionado con un término tan oscuro y mitológico como "pueblo", bajo el sencillo silogismo de que "si vivimos en una democracia, el pueblo tiene derecho a decidir", sólo que ese pueblo no se sabe muy bien donde empieza y donde acaba. Según la constitución la soberanía es del pueblo español, según Más es del pueblo Catalán, y según el derecho de autodeterminación en principio puede ser de cualquiera que se declare a sí mismo "pueblo", por ejemplo, Villabajo puede estar deseando independizarse de Villarriba, y como pueblo tendrá "derecho a decidir".
El caso es que hablar de "pueblo" es tratar una multitud de personas como si sólo fueran una, con una sola opinión (la voluntad popular) y por supuesto una unidad de destino en lo universal, como diría Franco, otro nacionalista, aunque de un tipo distinto.
Es difícil librarse del peso de este lastre, porque además nos han convencido a los españoles de que la nacionalidad es un tema de sentimiento, si un director de cine (por ejemplo) se siente micronesio, pues no tiene ninguna importancia que sea español, porque la nacionalidad la llevamos en el corazoncito, y micronesio será, porque de sentimientos es difícil discutir.
Otra falacia, o conjunto de ellas, es el debate sobre Europa que se ha generado en la campaña electoral: ¿Son los catalanes europeos ciudadanos de la Unión Europea? Pues lo cierto es que sí, porque son españoles. Pero todo el mundo sabe que no existe nada llamado "nacionalidad europea", no hay un DNI europeo que no sea el DNI español, o la ID card que corresponda. Por lo tanto cuando dicen que Europa no puede echar a cuatro millones de europeos que viven en Cataluña tiene toda la razón, pero precisamente lo que intenta demostrar el nacionalismo es que ellos si quieren se van, y que además tienen todo el derecho de hacerlo. El sofisma por lo tanto consiste en decir que me están echando cuando lo que intento es irme por mi cuenta.
A este debate le ha salido otro nudo secundario: ¡Los catalanes no perderían la nacionalidad europea porque tienen la española!, lo cual es cierto, como decíamos, pero queda por saber si una Cataluña y España independientes admitirían la doble nacionalidad española y catalana, de lo contrario se podrían encontrar con un país con 2 millones de nacionales y 2 millones de extranjeros, ciudadanos del país del que se acaban de independizar ¿Tiene esto algún sentido? ¡Claro que no! Pero es una muestra inmejorable de los sofismas y las falsas discusiones a las que nos han arrastrado.
Además, hay una tendencia en la propaganda política que no deja de crecer, hasta que parece abarcarlo todo, y es tratar todo lo que se persigue como si fuera algo que ya se ha dado con anterioridad, y además era mejor que lo que tenemos actualmente. Así, se habla de "reunificación" de Europa, de "devolver" la independencia a Cataluña o el País Vasco (que nunca han sido estados independientes), incluso de "devolver" el poder al pueblo, eso sí, sin decir cuando ha sido ese pueblo más poderoso y libre que ahora. Lo cierto, lo que es prácticamente imposible de negar, es que el catalán medio, el cántabro medio, el vasco medio, el gallego medio, el madrileño medio, el andaluz medio, nunca ha sido tan libre e igual como ahora, así que más nos conviene mirar hacia el futuro, hacia más libertad y riqueza y no al pasado, a más feudalismo y caciquismo.
La última falacia, que ha cobrado importancia al final de la campaña es la importancia del PP y en concreto de Rajoy (y de Mas, por otra parte): "Cada vez que habla Rajoy crecen los independentistas", incluso uno ha llegado a decir: "A mí Rajoy me ha hecho independentista", me atrevo a suponer que quien dijo semejante cosa estaba poco menos que deseando sufrir esa transformación.
Rajoy y Más son circunstanciales, y el sostenido movimiento de los nacionalistas hacia el independentismo se ha producido a lo largo de los últimos 30 años, en lo que hemos tenido gobiernos del PP y del PSOE y distintos representantes de cada partido. El dar protagonismo a Rajoy es simplemente un intento de convencer a algunos indecisos de que la patada no se le da tanto a España como a Rajoy o al PP, pero realmente no tiene nada que ver (o muy poco) con la realidad de los hechos, es un eslogan más, una mentira más.
Pone Bertolt Brecht en boca de Cicerón la siguiente frase: "La amenaza del levantamiento podía ser un negocio, pero su realidad es la ruina". Esta frase resume bastante bien la situación en la que ha quedado mucha gente tras las elecciones autonómicas catalanas.
Aquellos que han jugado con la idea de que un independentismo que nunca se realiza es una buena forma de negociar continuamente con el gobierno nacional para obtener ventajas, e incluso quienes querían pasar directamente a Europa y ahora se enfrentan a la necesidad de pactar con un partido antieuropeo para poder gobernar.
En definitiva, a lo largo de toda la democracia, y quizás de todas las democracias, cierta clase media alta política y económica, acomodada en sus sinecuras, ha coqueteado con los radicales, pensando que se tranquilizarían al entrar en el reparto de los sobres correspondientes, pero a veces no es así, hay un primer despertar en el que uno se da cuenta de que al lado tiene un dinosaurio, que ya siempre seguirá allí.
Por otro lado, para no perder la perspectiva y recordar de quien estamos hablando, añadir que cuando surgió la polémica del 3% Gomaespuma hizo uno de sus teatrillos, en el que se contaba como había una manifestación de empresarios catalanes exigiendo que las comisiones de los políticos fueran solo del 3%, porque pagaban muchísimo más.
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