El político desde el sillón sonríe paternalmente, las personas se ven como hormiguitas, piensa, unas pululan de aquí para allá, van y vienen, a veces trazan círculos incomprensibles, zinzaguean, casi se puede decir que vibran por la ciudad.
Intentando descubrir algún orden en todo ese caos, el político desde el sillón observa también las mareas; por la mañana sube la marea y las hormigas van a sus puestos de trabajo, más deprisa, más despacio, bien por su cuenta, bien en trenes o metros; por la tarde baja la marea y vuelven a sus casas, a refugiarse del nuevo enemigo, y el político sonríe desde el sillón: todo va bien. Ahora muchas hormigas se tienen que quedar en casa, el político sonríe desde el sillón: todo va bien. Las hormigas salen a aplaudir, él sale también, propone, lidera, difunde, ahora rostro serio: todo va bien.
El político desde su sillón se hace las pruebas a ver si está malo, el marido del político se hace las pruebas, los hijos del político se hacen las pruebas, los amigos del político se hacen las pruebas, el cuñado del político se hizo las pruebas la semana pasada, tres primos del político están haciéndose las pruebas y hablan de lo mal que va todo con tres futbolistas, que se hacen las pruebas. Las hormigas van a trabajar, tosen un poco, quizás, pero no les hacen pruebas: paracetamol y mucha agua, y, si te sientes sospechoso, quédate en casa, sé responsable, si te ves bien, pues vida normal.
El político va a reuniones, sale al sillón del jardín y sonríe, aunque es una sonrisa preocupada por todos esos que no pueden elegir, que no eligen quedarse en casa, que no eligen ir a trabajar, que no eligen nada, sólo le eligen a él para ocupar su sillón. Piensa que tendrá que escribir unas líneas, quizás salir en televisión, porque muchos necesitan de sus palabras de dureza y ánimo, su gesto de responsabilidad.
Además, piensa, algún día esto pasará, y tiene que poner las bases para asegurar el máximo número de sillones posibles.
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