miércoles, 25 de marzo de 2020

El Leviatán desnudo

En su libro sobre política, Hobbes, compara al Estado con el monstruo por excelencia: el Leviatán. No se trata de analizar el libro, del que recuerdo sólo algunos principios, como el de que la legalidad es el criterio objetivo para separar lo bueno y lo malo en lo público, todo lo demás son opiniones.

En realidad lo único que hago en este artículo es robar el nombre y la metáfora, para contar que, de la misma manera que si hubiéramos criado un cocodrilo intentaríamos tenerlo siempre bien alimentado, no vaya a ser que en un momento dado quisiera revolverse contra nosotros o contra los nuestros, así políticamente debemos cuidar del Estado, como algo que queremos (y necesitamos), pero también como una bestia capaz de devorarnos.

¿Por qué sacar ahora este tema? Porque la monstruosidad del estado se deja ver ahora como nunca en la vida de la mayor parte de nosotros.

Vemos como nuestra libertad de movimientos se ha recortado prácticamente hasta el mínimo posible, por unas causas y de una manera que ha hecho incluso imposible que fuéramos consultados. Realmente nadie, o muy pocos, ha decidido encerrarse, e, incluso para aquellos que lo hubieran hecho voluntariamente, la obligatoriedad hace que no sea un acto de libertad. Este comentario no es una crítica a la medida, que cada día parece que es más necesaria, que se debió incluso haber tomado bastante antes, sino una llamada a aprovechar esta oportunidad para observar el terrible abismo que, incluso en democracia, separa al estado del individuo.

Llevado por la necesidad de El Estado, el ciudadano español, como muchos otros en distintas democracias, se ve ahora reducido a ser pura carne de cañón, pura carne de estadística (en el límite, estadística que decide quien vive y quién muere), limitado es sus movimientos más de lo que lo estuvo incluso durante la dictadura, sintiendo en su propia piel lo que es la opresión, reducido provisionalmente al mínimo en su ciudadanía, y esto es una experiencia que debemos atesorar para más tarde.

La democracia desde el punto de vista individual, queda reducida a unos comportamientos que poco tienen que ver con el Estado: hacer las cosas bien, tratar bien a quienes están con nosotros y a aquellos con quienes nos cruzamos, cuidarnos y cuidar de otros.

El estado, incluso el democrático, tan necesario como es, queda desnudo como el gigantesco monstruo que también es, monstruo necesario, pero que al mismo tiempo que nos cuida nos devora.

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