Estamos sumergidos en un marasmo de opiniones económicas sin explicación previa, nos pasa un poco como con la Física, que nos enfrentamos a noticias y reportajes sobre los últimos avances de la disciplina, sin que nadie nos explique la base sobre la que se elevan, de manera que acabamos teniendo una falsa sensación de conocimiento; un tipo muy abundante de mitología que consiste en creer ver el mundo con la claridad de un flash, precisamente en aquellos puntos donde ni siquiera nos hemos dado una vuelta con una antorcha.
Y en este pecado caen fácilmente los divulgadores, siempre con el compromiso de elegir entre enseñar y entretener. Los más conocidos, quizás Freakonomics y El Economista Camuflado se alejan tanto de la disciplina que a menudo sus libros son sólo una forma de Sociología basada en la Estadística (algo que ellos mismos llamarían Economía, probablemente, pero que está lejos de la Economía Política de la que hablamos hoy, y de lo que entendemos habitualmente por Economía). Es cierto que también ha habido libros de cierto éxito, como Mil Millones de Mejillones, que han procurado dar una verdadera explicación de lo que es y como funciona la economía, y también, en otro tono, hace muchos años que en Estados Unidos un economista como Galbraith ha intentado la divulgación técnica desde el principio de su carrera como escritor.
Mucho peor es cuando bajamos un escalón desde los libros a las distintas tertulias, columnas, etc. en las que nos presentan las conclusiones de su ciencia, si se puede llamar así, pero conclusiones tan contradictorias y simplificadas que para quien intenta tener una idea general sirven más de niebla para ocultar que de luz para entender (¿Qué ciencia es esta en la que cada científico o divulgador tiene una "opinión" contraria al de al lado?).
Con todos estos antecedentes nos enfrentamos ahora a un libro que se mueve entre la divulgación y en ensayo, y éste es probablemente su peor defecto en cuanto al lector, es demasiado árido para resultar entretenido como divulgación, y no sé si demasiado básico para ser un libro tomado en serio por los técnicos (aunque parece que cierta polémica sí ha despertado). Su propósito se va mostrando más bien político, en cuanto a que todo el fondo de datos y explicaciones en realidad se enfoca a convencer al lector de la importancia ciertos problemas y la propuesta de soluciones.
Hasta cierto punto resulta un alivio su lectura, sobre todo de los últimos capítulos, una vez superada la parte de series históricas de datos, porque nos presenta otra economía posible, algo que en la época del pensamiento único es muy de agradecer. El pensamiento único ha hipertrofiado al listillo que, lo mismo en la barra del bar que en la tertulia pública, se las da de gran conocedor de la disciplina sólo porque sabe repetir las cuatro recetas que nos dan como desayuno, comida y cena los economistas de cabecera.
Este también es un libro de recetas, que conste, baste decir que considera lo más fácil del mundo quitar toda la deuda pública de un plumazo, imponiendo un impuesto sobre el capital, sobre los grandes capitales, sin hacer el hincapié necesario en los medios para ello (transparencia y acuerdo internacional), como si estuvieran al alcance de la mano y fueran sólo una cuestión de voluntad.
Sin embargo incluso aquí se le puede tener simpatía, porque el acabar con esa rendición a la que nos condenan: "No se pueden cobrar muchos impuestos a los más ricos, porque de todas formas se las saben todas y no pagarían", es un objetivo justo que siempre hay que tener en el punto de mira, y es bueno ir dando los pasos que sea posible en esa dirección, en lugar de la contraria, que hoy parece triunfar, y que consiste en hacer de todos los países paraísos fiscales, y "todo resuelto".
Aviso, como decía al principio, que es un libro árido en su desarrollo, pero interesante e instructivo, y a su manera refrescante en el núcleo de su mensaje, que inspira confianza en la posibilidad de un espacio real entre las ideas económicas que funcionan en todo el mundo y las alternativas más diluyentes.
Merece la pena la formación de ideas alternativas de cierta solvencia, no necesariamente para imponerse, pero al menos sí para liberarnos del pequeño espacio ideológico que ha quedado a nuestro alcance y agrandar lo que debería ser un mundo entero de alternativas entre el odioso liberalismo y el triste Podemos (o el odioso Podemos y el triste liberalismo, que ambas calificaciones pueden y deben usarse).